sábado, 2 de febrero de 2008

Exposición EL RENÉIXER, Chico da Silva. Sitges
























CHICO DA SILVA: EL RENACER
Sitges (Barcelona).

Chico da Silva nació en Alto Tejo, en el estado de Acre (Brasil), en 1910 según su documento de identidad; 1914 o 1916, según me informó en entrevistas; o 1922 o 1923, por deducción del investigador Estrigas; lo cierto es que no se sabe ciertamente, porque como dice el artista franco-suizo Jean Pierre Chabloz, su descubridor: “en tema de edad, es imposible cualquier precisión relativo a esos felices pájaros errantes, que la mayoría de las veces, ni están inscritos en el registro civil. Y no se pierden nada por eso”.

Aun niño se trasladó a la tierra natal de su madre, pasando a vivir en la ciudad de Quixadá, tierra de paisaje exótico marcada por la aparición de montañas de granitos. Posteriormente, se trasladó a la Sierra de Guaramiranga, lugar de vegetación exuberante y una de las pocas zonas donde se ha conservado el bosque atlántico, vegetación encontrada por los europeos cuando llegaron a Brasil, y ya adulto, probablemente en 1937, pasa a residir en Fortaleza, en la playa de Formosa, donde se inicia en la pintura, sobre los muros de las casuchas del lugar. 

En manos de Chabloz, sus obras recorrieron el mundo. Fueron expuestas en importantes ciudades europeas, despertando buenas impresiones en la crítica internacional. La revista Caiher D`Art, de París, le dedicó, a mediados del siglo pasado, un reportaje de ocho páginas. Y, algunos años después, es agraciado con la “Mención de Honor” en la Bienal Internacional de Venecia de 1966.

Considerado por la crítica especializada el pintor primitivista más importante de Brasil, aunque sin el debido reconocimiento del mercado del arte, consiguió en vida que su obra tuviese una gran popularidad.

Fallecido el 5 de diciembre de 1985, su obra continúa reverberando y encantando a todos los que tienen la oportunidad de conocerla. Un ejemplo de lo que hablamos es esta muestra. Es de fuerte poder simbólico, más de veinte años después de su muerte, Chico continúa recibiendo homenajes, un artista popular, sin el debido reconocimiento de la gran burguesía brasileña. Demuestra este acto que, con el pasar del tiempo, su arte y su espontánea manera de ser no fueron y no serán olvidados. Chico continua siendo un artista del pueblo. 

LOS PRIMEROS CONTACTOS.

Cuenta Chabloz en el artículo “Un Indio Brasileño Reinventa la Pintura”, publicado en la revista francesa Cahier d´Arte, en 1952, que fue emocionante conocer a Chico, en 1943. Para un suizo, de formación académica, aquella manifestación artística era una verdadera reinvención de la pintura: “Partiendo del arcaísmo más puro, el pintor de la playa se vuelve clásico, barroco, impresionista, en fin, moderno y hasta surrealista, si puedo usar tales términos a propósito de un arte tan espontáneo y que siempre permaneció esencialmente primitivista, a pesar de las oscilaciones”.

“Leyendas amazónicas, recuerdos de infancia, ritos y prácticas mágicas, espectáculos naturales llevados a la fantasía poética, complejos psíquicos y raciales exteriorizados a través de símbolos, volutas de líneas gratuitas, de movimientos, de colores”, forman según Chabloz, “ el fondo extraordinariamente rico y sutil” del universo de Chico.

Del gran esfuerzo desarrollado por el artista suizo para divulgar al artista de playa sólo se plasma el carácter indígena y amazónico, y se olvida el resto del exótico universo imaginario de Chico. En esa reducción se embarcan casi todos los críticos que hablaban sobre la obra del extraordinario pintor brasileño. El propio Chico, entretanto, era categórico al destacar, por lo menos a nivel consciente, el origen amazónico de sus temas: “Esos mundos que yo pinto no son recuerdos de cuando era niño, no, eso se llama imaginación, ciencias ocultas, astronomía...cuando era pequeño, no había nada de eso, vivía en los ríos, de arriba para abajo, con mi padre”.

Hoy, con la perspectiva del tiempo, se puede percibir que su universo personal ya estaba instalado en sus trabajos iniciales. Los temas son recurrentes, el modo de componer la ocupación espacial de las figuras, las mismas aves. Bichos y símbolos; troncos, árboles y cabezas decapitadas. Y de modo menos explícito, ya se puede percibir el sentido de construir la pincelada que se convertiría en la característica de su pintura.

Podemos concluir que, desde los años cuarenta, la obra de Chico ya posee una carga poética que trasciende los recuerdos de Alto Tejo, las fábulas amazónicas, las propias fantasías del artista. Verdaderamente, la obra de Chico es una amalgama de mitologías, sueños, y recuerdos de una Amazonia distante, con signos, colores y códigos de un Nordeste vivido, sufrido y presente. Y, sumado a todo eso, los conflictos y las angustias de orfandad, del gran viaje, de la mudanza de la exuberante Amazonia al árido Quixadá y la casi marginalidad.

EL REINICIO.

En 1948, con el regreso de Chabloz a Europa, Chico abandona las actividades artísticas, retomándolas en 1959 con el regreso de su protector a Fortaleza. Ese vacío es tan significativo que algunos de los dedicados al estudio de la vida de Chico, llegan a creer que él se inició en la pintura a partir de los años sesenta del siglo XX.

Chabloz, a comienzos de 1960, presenta a Chico al entonces Rector de la Universidad Federal de Ceará, Antonio Martins Filho, relatándole el éxito de sus exposiciones y la magnífica acogida que las obras del artista tuvieron en Europa. La Universidad contrata al artista, destinándolo al Museo de Arte, en implantación.

En la Universidad, respaldado por las noticias del éxito de las muestras realizadas en Lisboa y Lausanne, por el reconocimiento del valor de su trabajo por los críticos europeos y por el propio refrendo de la Universidad acogiendo sus cuadros, fue como el arte de Chico se convirtió en una verdad aceptada colectivamente. Como no había seguido los trámites normales para la obtención del conocimiento, y como su sabiduría era importante, Chico era visto, más o menos como un “iluminado”.

Iluminado era su arte. Aunque apartado por más de diez años de los pinceles, el pintor de playa, ahora en el Museo, mantiene la luz de su arte. El estilo es inconfundible. El universo temático mantiene la misma originalidad y la técnica permanece profundamente variada y el colorido misteriosamente personal. Las composiciones continúan perturbadoras. Renacen los peces y pájaros fantásticos.

LA ESCUELA DEL PIRAMBÚ.

Por medio del contacto con intelectuales, escritores, músicos, críticos y coleccionistas, el humilde pintor de playa fue tomando conciencia de la importancia que daban a su trabajo y a su persona. Fue, en cierto modo, un choque cultural.

Como artista, estaba entrando en contacto con otro mundo, que no era el suyo, teniendo acceso a personas de formación cultural totalmente distinta de la suya: autoridades, extranjeros, “socialites”, capitalistas y toda una gama de personajes que no existían para él hasta entonces.

Aparecieron nuevos valores, valores totalmente distintos de los suyos. Y, aunque le fuese permitido traspasar el nuevo mundo que se le presentaba, existían dos mundos, de forma profundamente definida, distintos y contradictorios: uno, el lugar donde vivía, su Pirambú, marcado por la pobreza, el analfabetismo y la marginalidad; el otro, el barrio burgués de Aldeota, lugar donde residían los “doctores” ricos y poderosos.

En Aldeota, el mundo de los que compraban su trabajo, es altamente valorada la personalidad individual, los valores éticos están rigurosamente establecidos y formalmente defendidos hasta las últimas consecuencias, aunque de espaldas, no siempre practicados. En ese mundo el papel social se define a partir de títulos o del poder del capital y los conceptos de trabajo, conocimiento y arte son conceptos rígidos y aislados. 

Otro problema que el artista tuvo que enfrentar fue la manera de hablar y de comportarse las élites. Los símbolos eran otros. En un proceso de superación de las dificultades de comunicación social que afrontaba, Chico crea un lenguaje imitando el lenguaje de las élites, por entonces, sin entender el significado real de las palabras. Inventa nuevas palabras para traducir su mundo a la clientela que deseaba adquirir sus obras, estableciendo, a partir de ahí, una manera propia de hablar y un comportamiento exótico, volviéndose su modo de hablar y de actuar sin sentido, siendo, entretanto, entendido como fantástico.

Muchos de los malentendidos que se establecieron en torno a Chico comienzan así. Él, osaría hasta afirmar que, muy probablemente, vienen de su incomprensión de la malla estructural de la cultura en la cual fue forzosamente insertado, gran parte de los problemas existenciales del hombre Chico da Silva. Era imposible para él entender la estructura de la sociedad burguesa y capitalista, tanto como para sus admiradores comprender el comportamiento del indio que pintaba “baleonça” (animales mezclados).

El esfuerzo de Chico para adaptarse al mundo burgués, creo que así podemos denominar el mundo de la clientela de de Chico, provoca cambios profundos en su ser y en su trabajo, rompe ritos y tabúes y, como no podría dejar de ser, es draconianamente castigado. El mismo Chabloz va a los periódicos a afirmar que los trabajos del pintor que descubriera “estaban toscos, marchitos y adoptaban un aire de publicidad barata”, que eran “bellísimas porquerías para deleitar a los ricos que no entienden de arte”.

Lo que pocos percibieron, Chabloz tampoco, es que hubo un cambio en el conjunto del universo existencial de Chico que le llevó a la creación de un taller donde la creación y la producción colectiva era el proceso empleado. Chico asumió la función de maestro, maestro de una corporación de jóvenes artistas. Con la instalación del taller, la obra de Chico, obviamente, pierde identidad y gana nuevas características en la manera de pintar.

Se procesa la aparición de nuevos temas desarrollados a partir del universo pictórico-temático del propio Chico, donde se siente la participación de los discípulos. Uno de ellos, Claudionor, desarrolló un universo de tipos fijo, de diseño definido, con características específicas y nombre propio. Otro, Iván de Assís agregó al imaginario de Chico una serie de nuevos elementos, animales alados, probablemente captados de las inmersiones en su propio inconsciente y las pantallas de los cines con películas Hollywoodianas de temas mitológicos o greco-romanos.

El público también participó de las composición de los temas, solicitando gallos similares a los de Aldemir Martins, artista de gran éxito en la época. Iván satisfizo al público, se apropió de un gallo encontrado como ilustración de la cubierta de un cuaderno de dibujo escolar y compuso “la pelea de gallos”, que inmediatamente fue incorporada al prototipo creado por Claudionor. Éste, según las informaciones obtenidas por el investigador Estrigas, se apropió del cocodrilo, logotipo de Queronzene Jacaré, y a partir de sus formas creó dragones.

A pesar de que Chico pretendía tener un cierto dominio sobre la factura, la manera de pintar de casi todos los pintores que hicieron la Escuela de Pirambú, ésta sufrió una marcada influencia de la pintura de otro de sus discípulos, Babá. No es que existiese una preocupación consciente de pintar a la manera de Babá, simplemente su pintura era atrayente por las armonías cromáticas, transformándose en el patrón técnico de aplicar la tinta y los colores que era comprendido. Y así diversas personas, de un modo u otro, contribuyeron a la construcción de la manera de pintar que, comúnmente, conocemos como el estilo de pintar de Chico da Silva.

David Silberstein, científico político de la Universidad de Yale (EEUU), fue el que mejor comprendió el universo temático de la Escuela de Pirambú, cuando afirma: “Basados en la pintura primitivista de Francisco Domingos da Silva (Chico da Silva), los trabajos de los artistas del Pirambú son interpretaciones decorativas y populares de criaturas de la vida real o mítica que surgen de, la a veces juguetona, a veces atormentada, imaginación de su creador, que pasó la infancia en algún lugar de la cuenca del Río Amazonas de Brasil. Las escenas configuradas en esas pinturas, mezclaban elementos tanto de la naturaleza mítica y humana del Amazonas, como también, incorporan elementos cogidos de otras partes de Brasil, especialmente del Nordeste”. Y concluye: “La lucha por sobrevivir es un tema constante y presente. Los sentimientos de los pintores sobre esta lucha son frecuentemente dirigidos con fuerza, sutileza, y hasta, confusamente, por la manera de usar el color. 

El Arte de la Escuela de Pirambú no respetaba los métodos convencionales de creación artística establecidos en la provincia. Estaba más ligada a las culturas de base que a valores de origen europeo. Por primera vez el patrón artístico no era importado. No era Leonardo, ni Rafael, ni Renoir, ni Picasso, era Francisco Domingos da Silva, o Chico da Silva.

LA VUELTA A LA INDIVIDUALIDAD.

En la segunda mitad de la década de los setenta, por culpa del acoholismo Chico se aparta más y más de la pintura. Solamente vuelve a convivir con lápices y pinceles cuando es internado en el Hospital de las Clínicas y en la Casa de Salud Antonio de Pádua en 1976 y 1877.

Al salir de la Casa de Salud casi desintoxicado, Chico retomó el trabajo individual y en esos trabajos se puede ver el renacimiento de un universo pictórico que siempre estuvo en su inconsciente. Nuevamente brotan imágenes de animales y plantas, o fusiones del mundo animal con el mundo vegetal, las figuraciones del imaginario amazónico tratadas de modo profundamente original y con, nuevamente, una fuerza intuitiva impresionante.

Aliado de ese mundo mítico Chico incorpora imágenes que fueron incluídas en su universo por los discípulos de la Escuela de Pirambú y los sintetiza. A partir de ahí la pintura de Chico es un universo único, todavía de varias dimensiones. Rico, cada ángulo de observación posibilita muchas lecturas. No podríamos decir que es un mundo totalmente nuevo, porque en las obras de este periodo nuevamente se puede reconocer el universo que deslumbró a Chabloz, sea por la fuerza de las obras como “El Ángel”, de 1980, “El Bicho de las Selvas”, de 1981; o por la clamorosa poesía de “Tortuga”, de 1979, y “Casa de Abejas”, de 1981; o por la sorprendente imaginación de “Bicho de las Penas” y “Cabeza de Mujer”, ambos sin datar; o por la magnífica composición de “Dragón de las Profundidades”, de 1981.

Esta muestra, ahora presentada en el “Mercat Vell” de Sitges, con obras recolectadas en colecciones particulares de Fortaleza, es una oportunidad singular de bucear en el universo enigmático y fantástico de las pinturas de Chico da Silva, artista único que merece ser analizado.

Entretanto, continua existiendo una deuda de la comunidad intelectual y de los responsables de la política cultural de Brasil para con el artista Chico da Silva. Es necesario que se rescate su obra. Es urgente realizar un registro completo de sus pinturas y de sus discípulos como modo de preservar para la posteridad ese momento único del arte brasileño y permitir la realización de estudios más profundos sobre la vida y el arte de este pintor que indiscutiblemente subvirtió los métodos convencionales de creación artística, que nunca se dejó llevar por la pequeñez de la provincia donde vivía y mostró a Brasil la posibilidad de poder hacer arte sin dejarse llevar por patrones importados.

Su obra también necesita un análisis complejo en virtud de múltiples conjeturas donde se desarrolló y de las interferencias sociales que sufrió. Lo cierto es que, en un análisis con más criterio de la obra de Chico, que todavía está por hacerse, principalmente, ésta necesita ser conservada. No se puede negar en la obra de Chico riqueza estética poco común y una multiplicidad enorme de sutilezas que merecen ser observadas por quien desea analizarla. El subvierte las técnicas convencionales de aplicación de las tintas, de la ocupación del espacio, de la mezcla de colores. Confunde al espectador con su universo temático. ¿Será que él pinta animales fantásticos o fantasmas de una realidad presente?

De toda esta historia, aquí apenas contada por encima, lo importante es que la obra de Chico da Silva merece quedar para las futuras generaciones, porque es grande en alegría y rica en colores y belleza, como él mismo afirmó: “Mi pintura es mi propio lenguaje. Sobre el sentido de la alegría que siento, es grande, y sobre la belleza que veo en el matiz de los colores, es rica. Lo que sale de mi corazón es rico y bonito; Yo que soy feo y pobre”.


Texto: Roberto Galvâo (comisario).