viernes, 28 de febrero de 2003

Exposición RAÚL BRAVO. Segovia


LA SOMBRA DE LA RIQUEZA. PINTURAS, 
Raúl Bravo (Madrid, 1975).

LA PINTURA MODERNA ES UN JUEGO ATEO. Un día , cuenta Roger Callois, en compañía de Elouard y si bien recuerdo, de Y ves Tanguy, fuimos a un cine de los boulevards donde daban daban una película tipo Quo Vadis? Con el único fin de aplaudir ruidosamente en el momento en que los cristianos eran echados a las fieras.

Y desde la desesperación ante la muerte aparece la filosofía. Y desde la filosofía, decía Hegel, moriría el arte. Y curiosamente el arte del retrato va siempre ligado a la muerte. Dice pedro Azara qeu la imagen del retrato testimonia l amuerte o la desesperación dle modelo. Si este fuera inmortal, si fuéramos eternos no necesitaríamos retratos.

Pero podemos plantearnos esta afirmación también en términos fotográficos. ¿por qué nos cuesta tanto romper una foto? ¿Por qué nos cuesta tanto romper un afoto de la que podemos hacer millones de copias? ¿Por qué una foto puede hacernos tanto daño? -Ya sea por su extremado realismo, decía Barthes que en la fotografía, gracias a su funcionamiento de captación en el papel fotográfico del reflejo de la luz sobre la superficie del modelo, siempre existe algo de verdadero, de real, un contacto eterno con el modelo.

Algo así ocurre con las máscaras mortuorias de cera, del muerto, que se utilizaban en la Roma Republicana para hacer veraces los retratos de piedra de los difuntos qeu encargaban las familias.

Todo lo dicho parece que viene a decirnos dos cosas:
Que el arte del retrato siempre fue cosa de muertos.
Que el arte del retrato siempre representa a muertos.

En una foto aparecida en el número ocho de la Revolution Surrealiste (1926), aparece Benjamin Peret, famoso surrealista, insultando a un cura que pasa delante suyo. Desafiándole, como si fuera a pegarle.

Son pieles, me dice Raúl -el pintor- en su estudio. Me dice que son las pieles de la misa de 12. De esas que estamos hartos de ver. Pieles trasnochadas de una sociedad trasnochada. Son esas pieles qeu se cuelan en los autobuses. Son esas pieles que van con tacones y chándal al supermercado. Son pieles de las cristianas.

Cuentan de Buenaventura Durruti que desde pequeño quería repartirlo todo. Cuando iba a robar a las huertas de su ciudad natal, León, todo lo que robaban lo compartía con sus compañeros. Un día, el dueño de una finca de León pilló a Durruti y a unos amigos robando. Les  dijo que se fueran de allí, que esa era su finca. Durruti parecía no haberlo oído,  no estaba nervioso, iba andando lentamente, desafiando al dueño. El dueño de la finca dijo: "La finca es mía". 
- Y Durruti le contestó: ¿Y dónde está la mía? ¿Por qué no tengo ninguna?
-"Los voy a apalear" le dijo el dueño. 
-"Atrévase", le respondió Durruti.

Parece que como Buenaventura, Raúl -el pintor- quiere saber dónde está la suya, dónde está su piel, ¿por qué no tengo ninguna? -Como Durruti, Raúl la quiere para compartirla. Para destruirla, y desde la destrucción, construirla. Raúl quiere su piel para pintar con ella. Para pintarla. Para luchar con ella. Para luchar contra ella.

Texto: Guillermo Enríquez de Salamanca González.